“Somos una comunidad pacífica que solo quiere ser campesina y producir alimentos”:

Argemiro Lara, líder campesino de La Europa

El clima no puede ser más agradable: veintiocho grados y una brisa suave que parece un ventilador invisible moviéndose siempre sobre la cabeza. Se camina sin ahogo por los cultivos de yuca, a pesar del sol del medio día. Dan ganas de amarrar una hamaca entre dos árboles y quedarse allí por el resto de la vida mirando el cielo transparente. El verano prolongado le da a la tierra un aspecto de resequedad y la vegetación marchita parece la amenaza de un incendio forestal. Pero una vez lleguen las lluvias, todo cambiará. El verde irá subiendo de tono y los arroyos regarán los cultivos, y de pronto La Europa se irá hundiendo entre la frondosidad de la vegetación. Entonces la yuca y el maíz y el ñame y el ajonjolí, y todo lo que esta tierra fértil produce, harán brotar toneladas de alimentos que no siempre se venden a un precio justo para los campesinos.

—Este año perdí —dice en tono lacónico Leonidas Guerra, cuando un enviado de la Agencia de Desarrollo Rural le pregunta por sus cosechas de yuca—. Los intermediarios se quedan con todo —se lamenta—. Solo están pagando a 200 pesos la libra. Es mejor dejarla ahí abandonada; es mejor que se le coma la tierra.

Diferentes generaciones de La Europa han participado en la lucha por la dignificación de la vida campesina.

Leonidas es un líder campesino de 84 años, y uno de los “europeos” sobrevivientes de aquellas primeras familias que llegaron en 1969 a este predio, cuando el Gobierno les entregó una propiedad colectiva. Si bien durante 60 años ha ganado centenares de batallas por la tierra, casi siempre ha perdido la batalla de los precios para las cosechas de los campesinos: la libra de yuca a 200 pesos, el kilo de maíz a 1.000, el ñame un poco mejor, pero nada como para decir que el campesino y sus familias puedan llevar una vida digna. La trampa de la pobreza es un mecanismo perverso que permanece activado, a veces por el clima, en ocasiones por la ausencia de políticas públicas, y casi siempre por los intermediarios y la mano negra del mercado.

Esta ha sido la constante del pequeño productor en Colombia. En Boyacá son los cultivadores de papa que se ven obligados a vender sus cosechas a la orilla de la carretera. En Norte de Santander, los productores de cebolla roja viven arruinados por el contrabando. En Córdoba, los cultivadores de maíz sometidos los Tratados de Libre Comercio con los Estados Unidos.

—Pero no nos hemos rendido —dice Leonidas Guerra, octogenario y curtido de mil batallas por el derecho a la tierra en el departamento de Sucre—. Hemos pasado por todo. Incluso nos ha tocado la cárcel. En otra época, por acá en los Montes de María, los terratenientes nos obligaban a sembrar los pastos para su ganado y nos prohibían la siembra de alimentos. Mi papá fue uno de los hombres que pagó ese castigo.

Y así se la han pasado Leonidas Guerra y las 135 familias que ahora viven en La Europa: de batalla en batalla para defender esta tierra que en los últimos años dejó 23 muertos, 2 atentados a líderes sociales, varios desaparecidos, amenazas a través de panfletos, compras irregulares de predios y un proceso de restitución sin resolverse en un tribunal de Cartagena. Es la guerra por la propiedad de la tierra en una región que carga la cruz de su riqueza.

Don Leonidas Guerra
Leonidas Guerra, líder campesino de La Europa, sobreviviente de las luchas campesinas en los Montes de María.

En efecto, las 1.321 hectáreas de tierras fértiles en los Montes de María, englobadas en un solo predio y apenas a 15 minutos del casco urbano de Ovejas, son un bocado apetitoso para cualquier terrateniente con deseos de convertirse en un industrial del agro. Si fueran suyas esas tierras, seguro las dedicaría a la siembra de yuca amarga para la industria de almidón. Incluso, a este empresario no le iría mal si se decidiera por la cría tecnificada de ganado. O también al cultivo de maíz a gran escala, como lo pretendió hacer una empresa fantasma llamada Arepas don Juancho, cuando se fue de parcela en parcela comprando tierras a precio de terror. Pero si, finalmente, estos negocios le parecieran muy tradicionales a cualquier empresario, entonces las 1.321 hectáreas serían ideales para un monocultivo de palma aceitera, que tiene usos en la industria de las grasas y los biocombustibles, aunque con impactos negativos en el ambiente y las comunidades de la región.

MAIZ

La cosecha de maíz de La Europa a la espera del precio justo para los campesinos.

Este predio tan codiciado se llama La Europa, y desde 1969 dejó de ser propiedad de la familia Olmos porque el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora) lo compró para entregárselo a 114 familias campesinas, con la condición de que lo cultivaran de manera colectiva pero sin que ninguna familia pudiera ser propietaria de un solo centímetro. Al sentir que no eran dueños de nada, los campesinos de La Europa se organizaron para invadir otras tierras, con la esperanza de obtener los títulos con los que siempre soñaron.

Durante los primeros años de La Europa colectiva, cada familia se instaló en una parcela que fue cultivando sin mayor prosperidad, aunque ganaban lo necesario como para hacerle mejoras. Una vez hechas, las vendían para emprender el sueño urbano hacia Cartagena, Barranquilla o Sincelejo. Otras familias, más aguerridas, se quedaron liderando los procesos organizativos de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), que ya se hacía sentir en las primeras batallas por la tierra en los Montes de María.

Ahora ya no hay grandes terratenientes en la región. Ni en Ovejas, ni en Chalán, ni en Colosó, ni tampoco en Los Palmitos. Esa ya no es la preocupación de los campesinos de esta región sucreña, que siembran la yuca, el ñame y el maíz siempre pensando en la oferta, mas no en la demanda. Así lo han hecho durante toda la vida, y así lo ha hecho Argemiro Lara, el presidente de la Asociación de Campesinos de La Europa.

Para los campesinos de los Montes de María, el líder Argemiro Lara es un ejemplo de resistencia.
Para los campesinos de los Montes de María, el líder Argemiro Lara es un ejemplo de resistencia.

—Solo sabemos cultivar los productos tradicionales de la región —dice Argemiro—. Por eso necesitamos proyectos como este que nos trajo la Agencia de Desarrollo Rural para el cultivo de cáñamo de cannabis.

—¿Por qué les gusta tanto este proyecto?

—Entre otras cosas, porque ya tenemos el mercado asegurado en los Estados Unidos y Canadá, donde lo usan para fines industriales.

—¿Y por qué tantos años para conseguir algo tan sencillo como esto, algo que parece convenirles a todos?

—Nada en la vida se logra de hoy para mañana —dice Argemiro—.  Son tantos años de lucha y tanto el sacrificio de estas familias; son tantas las muertes…

—¿Cuándo empezó usted con todo esto? ¿Desde cuándo su lucha campesina?

—Desde muy niño. En los años 70 yo tenía unos 10 años y era muy necio, como cualquier pelao —Se ríe Argemiro—. Era muy pelao y ya andaba en las invasiones de tierras.

—¿Tan jovencito y ya metido en asuntos de grandes?

—Qué más podía hacer, si ni siquiera había colegio por allí. No había nada. Entonces los pelaos andábamos con los papás, con las mamás, con los tíos. Me llevaban a las reuniones porque no tenía nada más que hacer. Fue cuando aprendí a luchar por el derecho a la tierra.

—¿Y nadie estudiaba; ningún niño iba a la escuela?

— Era muy difícil para un niño ir desde La Europa a estudiar a Ovejas o Chalán, bajo los aguaceros. Eran kilómetros y kilómetros caminando entre el agua y el barro. Pero algunas familias entendieron que la educación era importante para sus hijos, y empezaron a emigrar a los cascos urbanos.

—¿Y en qué momento llegó la violencia a La Europa?

—Puedo asegurarle que en los años 80 por aquí no había violencia. Yo ya era líder social, y es cierto que había persecución y amenazas, pero por organizar a los campesinos, por ser parte de la ANUC. Los terratenientes eran nuestros enemigos, pero en aquella época aún no había violencia acá en Sucre.

—Ni pensar en que algo así les pudiera ocurrir.

—Bueno, mi mamá me advertía que estaban matando a los campesinos por allá en Urabá, pero yo le respondía: “Eso por acá no llegará, madre; los Montes de María no son revolucionarios. Eso es allá porque hay mucha guerrilla”.

— Pero de pronto la violencia llegó y se les regó como una plaga…

—Así fue. Lo hicieron con una estrategia bien pensada, aunque algo macabra —dice Argemiro—. Dividieron al campesinado y empezaron a reclutar a los jóvenes, unos para el ejército, otros para la guerrilla, otros tantos para las autodefensas. Y entonces por algún lado se rompió el tejido social.

—Y solo en La Europa fueron 23 muertos.

—Han sido más, muchos más —advierte Argemiro—. Esos 23 son los que hemos podido contar, porque también hay desaparecidos. Ellos murieron defendiendo esta tierra. Y por eso, los que estamos vivos tenemos que seguir luchando para que La Europa siga viviendo para los indios, para los negros, para todos. Para que este gran proyecto de cultivo de cáñamo en el que estamos las 114 familias sea el final de la guerra contra una comunidad pacífica que solo quiere ser campesina y producir alimentos.

Los campesinos de La Europa cosecharán cáñamo de cannabis para transformar su territorio.

Fotos por: Alejandro González (ADR)

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